En una relación, pocas veces la manipulación es unidireccional.
A menudo pensamos que somos únicamente la víctima, señalamos al otro como el que controla, pero si miramos más de cerca… muchas veces también jugamos el mismo juego, solo que con otras cartas.
Manipular no siempre es gritar, imponer o controlar directamente.
A veces se manifiesta en silencio prolongado, en miradas que hieren más que las palabras, en la culpa sembrada con frases sutiles, o en esconder lo que realmente deseamos para no perder al otro.
El amor, en ese escenario, deja de ser un refugio y se convierte en un tablero de poder.
Uno cede demasiado, el otro toma demasiado. Uno guarda silencio, el otro alza la voz. Y poco a poco la relación se transforma en una balanza donde se mide quién gana y quién pierde, en lugar de quién ama y quién acompaña.
La pregunta incómoda no es solo: “¿me manipulan?”
Sino también: “¿de qué manera manipulo yo, quizá sin darme cuenta?”
Porque cuando el vínculo se convierte en una lucha por quién tiene la razón, quién controla o quién se somete, el amor se contamina de miedo y negociación.
Y lo que alguna vez fue ternura, se convierte en un campo de batalla emocional.
La verdadera intimidad no nace de la estrategia, ni del control.
Nace cuando dejamos de competir y elegimos mostrarnos vulnerables.
Cuando dejamos las máscaras, soltamos los juegos, y permitimos que el otro nos vea tal como somos, sin la necesidad de ganar ni de perder.
En el fondo, la cuestión no es tanto “¿quién manipula a quién?”,
sino “¿estamos dispuestos a dejar de manipularnos y empezar a amarnos desde la autenticidad?”.
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Descargo de responsabilidad: Este contenido es solo para fines educativos y no constituye asesoramiento médico, psicológico ni psiquiátrico. Por favor, consulta con un profesional de la salud acreditado para recibir apoyo personal.

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